Participamos del cuerpo y la sangre de Cristo con una certeza plena,
porque, bajo el aspecto del pan, está el cuerpo que te es dado; bajo el aspecto
del vino, está la sangre que te es dada, con el fin de que, participando en el
cuerpo y en la sangre de Cristo, te hagas un solo cuerpo y una sola sangre con
Cristo. De este modo, según san Pedro, nos hacemos partícipes de la naturaleza divina. Cristo, hablando con los judíos, decía: Si no coméis mi carne y no bebéis mi
sangre, no tendréis vida en vosotros. Pero ellos, se marcharon escandalizados. Existían también, en la
Antigua Alianza, los panes de la ofrenda; pero aquí no hay razón para ofrecer
estos panes de la Antigua Alianza. En la Alianza Nueva, hay un pan venido del cielo y una copa de la salvación.
El
santo David también explica el poder de la Eucaristía cuando dice: Ante mí preparaste una mesa, enfrente de
mis adversarios. ¿De
qué habla si no de la mesa misteriosa y mística que Dios nos preparó contra el
enemigo? David cantaba también: El pan fortifica el corazón del hombre, y el aceite da brillo a su
rostro. Fortifica
tu corazón tomando este pan como alimento espiritual, y se alegrará el rostro
de tu alma.
Anónimo (siglo IV)
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