Los sentidos son curiosos; la fe, en cambio, no quiere conocer nada,
pasaría toda su vida inmóvil al pie del tabernáculo. A los sentidos les gustan
la riqueza y el honor; la fe se horroriza de ellos. Los sentidos se asustan de
lo que ellos llaman peligros, de lo que puede traer el dolor o la muerte; la fe
no se asusta de nada, sabe que le pasará solo lo que Dios quiera: Todos los cabellos de su cabeza están
contados, y
que lo que Dios quiera será siempre para su bien: Todo lo que sucede es para bien de los elegidos.
La fe lo alumbra todo con una luz nueva, que es diferente a la luz de
los sentidos, más brillante, distinta. Así, el que vive de fe tiene el alma
llena de pensamientos nuevos, de gustos nuevos, de juicios nuevos; de
horizontes nuevos que se abren ante él, horizontes maravillosos, iluminados por
una luz celeste, y embellecidos con la belleza divina. Envuelto con estas
verdades nuevas y desconocidas por el mundo, necesariamente comienza una vida
nueva, opuesta al mundo, para el que sus acciones son una locura. El mundo está
en las tinieblas, en una noche profunda. El hombre de fe está lleno de luz, el
camino luminoso por donde avanza no aparece ante los ojos de los hombres: estos
parecen querer caminar por la vida como locos.
Beato Carlos de Foucauld
Militar y explorador, se hizo sacerdote. Murió asesinado por una banda
de forajidos
en el Sahara argelino (1858-1916).
en el Sahara argelino (1858-1916).
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