Cuando se separó de su madre, Jesús
escogió amigos humanos -los doce apóstoles- no para ser siervos, sino amigos. Hizo de ellos sus confidentes; les confió
cosas que no dijo a otros. Les llamó sus hijitos; para
concederles sus dones, los prefirió a los sabios y a los entendidos de este mundo. Manifestó su alegría y les permitió que se quedaran con
él en sus pruebas, y como signo de reconocimiento, les anunció que se sentarían
en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Encontró consuelo en su
amistad a las puertas de su prueba suprema. Se reunió con ellos en la última Cena,
como para ser sostenido por ellos en esta hora solemne. He deseado enormemente comer esta pascua
con vosotros antes de padecer.
Había entre el Maestro y sus discípulos un intercambio de afecto, una
amistad profunda. Pero su voluntad era que sus amigos lo abandonaran, lo
dejaran solo, una voluntad verdaderamente digna de adoración. Uno le
traicionó; el otro renegó de él; el resto huyó, dejándolo en manos de sus
enemigos... Estuvo solo cuando pisó el lagar.
Sí, Jesús todopoderoso y bienaventurado,
invadido
en
su alma por la gloria de su naturaleza divina, quiso someter
su alma a todas las perfecciones de nuestra naturaleza.
Así como había disfrutado de la amistad de los suyos,
aceptó la esolación de su abandono. Y cuando lo quiso,
escogió privarse de la luz de la presencia de Dios.
Beato John Henry Newman
Nace en Londres; convertido del
anglicanismo, fue presbítero, cardenal y fundador de una comunidad religiosa
(1801-1890).
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