Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa
hoguera divina; ese camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo
en brazos de su padre. El que sea pequeñito, que venga a mí, dijo el Espíritu Santo por boca de
Salomón, y ese mismo Espíritu de amor dijo también que a los pequeños se les compadece y
perdona.
Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la
más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la
esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide
grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud, como dijo en el salmo 49:
No aceptaré un becerro
de tu casa ni un cabrito de tus rebaños, pues las fieras de la selva son mías y
hay miles de bestias en mis montes... Ofrece a Dios sacrificios de alabanza y de acción de gracias. He aquí,
pues, todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad de nuestras
obras, sino solo de nuestro amor. Porque ese mismo Dios que declara que no
tiene necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar un poco de
agua a la samaritana. Tenía sed... Tenía sed de amor. Sí, me doy cuenta, más
que nunca, de que Jesús está sediento; entre los discípulos del mundo solo
encuentra ingratos e indiferentes, y entre sus propios discípulos ¡qué pocos
corazones encuentra que se entreguen a él sin reservas, que comprendan toda la
ternura de su amor infinito!
Santa
Teresa del Niño Jesús Carmelita
descalza; es doctora de la Iglesia (1873-1897).
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