La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia
y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos
apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el
bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en
el sacrificio y coman la cena del Señor. Por su parte, la liturgia misma
impulsa a los fieles a que, saciados «con los sacramentos pascuales», sean
concordes en la piedad; ruega a Dios que «conserven en su vida lo que
recibieron en la fe», y la renovación de la alianza del Señor con los hombres
en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de
Cristo.
Por tanto, de la liturgia, sobre todo de
la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con
la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella
glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su
fin.
Concilio Vaticano II
Concilio ecuménico XXI de la Iglesia
católica (1963-1965).
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