Saludable es el precepto de nuestro Señor y Maestro: El que persevere hasta el fin se salvará.
Es necesario perseverar
y soportar. Así, seguros de la esperanza de la verdad y de la libertad,
podremos llegar a esta verdad y a esta libertad, porque si somos cristianos es
por obra de la fe y de la esperanza. Pero para que la esperanza y la fe puedan
dar sus frutos, es necesaria la paciencia.
Que nadie se mantenga en la impaciencia,
ni se deje abatir en el camino del reino, distraído y vencido por las
tentaciones. No jurar, no maldecir, no reclamar lo que nos han quitado a la
fuerza, poner la otra mejilla, perdonar a los hermanos su yerros, amar a los
enemigos y orar por los que nos persiguen: ¿cómo llegar a hacer todo esto si no
se está firme en la paciencia y la tolerancia? Es lo que vemos que hizo
Esteban... No pide la venganza, sino el perdón para sus asesinos: ¡Señor, no les tengas en cuenta su
pecado! Así
el primer mártir de Cristo no fue solamente el predicador de la pasión del
Señor, sino que le imitó en su extrema paciencia.
Cuando en nuestro corazón habita la paciencia, no hay cabida en él
para la cólera, la discordia y la rivalidad. La paciencia de Cristo quita todo
esto para construir en su corazón una morada pacífica en la que el Dios de la
paz se complace en habitar.
San
Cipriano
Natural de Cartago y convertido del paganismo, llegó a ser obispo de
su ciudad; escribió en tiempos de persecución de lo Iglesia y sufrió el martirio
(210-258).
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