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El Redentor no quiere que falte
en el pesebre quien en vida le fue particularmente querido: el discípulo que
amaba. Por eso su fiesta viene inmediatamente después del 25 de diciembre. Él
se nos presenta como la imagen de la pureza virginal. Porque era puro, agradó
al Señor. Él se apoyó sobre el pecho de Jesús y allí fue iniciado en los misterios
del Corazón divino. Nadie ha contemplado tan profundamente los abismos
escondidos de la vida divina como él. Por eso Juan proclama solemne y
secretamente el misterio del eterno nacimiento del Verbo divino. Él experimentó
las luchas del Señor tan de cerca como solo lo puede hacer un alma que ama
esponsalmente. Cuidadosamente ha guardado y nos ha transmitido testimonios en
los cuales el Redentor confesó su divinidad, frente a amigos y enemigos. Por él
sabemos qué papel nos corresponde en la vida de Cristo y en la vida del Dios
trinitario.
Juan, junto al pesebre, nos
dice: “Mirad lo que se concede a quien se entrega a Dios con corazón puro.
Estos participarán de la total e inagotable plenitud de la vida humana-divina
de Cristo como recompensa real. Venid y bebed de la fuente de agua viva que el
Salvador abre a los sedientos y que continúan manando en la vida eterna. La
Palabra se hizo carne y está ante nosotros bajo la forma de un niño recién
nacido.
Sta TERESA-BENEDICTA DE LA CRUZ (Edith Stein).
1891 – 1942)
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