Se le atribuye a Buda el dicho:
“el aguijón del instinto sexual es más agudo que el rejón que se emplea para
domar elefantes salvajes, quema más que el fuego y posee un dardo que penetra
hasta el alma”. Esto no nos sorprende, se trata del instinto de conservación
del género humano. Los hombres, sin embargo, deben conservarse y multiplicarse
de un modo humano, no a través de un instinto ciego, sino de una decisión libre
y moral.
Por eso, toda persona está
obligada a cierto grado de continencia sexual. Es un error fatal decir, por
ejemplo, que en este tema a los casados se les está permitido todo. La moral
trata de la castidad antes del matrimonio, en el matrimonio y en la viudez. Los
pedagogos advierten que sin la pureza sexual nunca podremos formar personas de carácter.
Nacemos con una determinada inclinación
sexual. El carácter es algo más, requiere la constancia. Esta viene por la firme
voluntad. La incontinencia sexual debilita la voluntad, especialmente en la
juventud. Las aplicaciones de la continencia sexual son numerosas en la vida
práctica:
Capacidad para distinguir bien. Para consuelo de aquellos que a
menudo se sienten turbados y luego invadidos de dudas, la Iglesia ha
establecido firmemente que “la concupiscencia viene del pecado y empuja al
pecado, pero en sí misma no es pecado”. No sentir tentaciones contra la
castidad es un don especial de Dios. Incluso los perfectos las tienen.
Obediencia. El joven debe antes aprender a obedecer y a someter su
propia voluntad y sólo después podrá mandar sobre sus propias pasiones. Por lo
demás, esto es natural. A quien desobedece, le desobedecen sus inclinaciones
porque la rebelión de los sentidos contra el espíritu es el castigo por la
rebelión del espíritu contra Dios (San Agustín).
La custodia de los sentidos. Quien ve tentaciones en todo placer
sensible exagera y hasta podría portar en sí las raíces de cierta perversidad.
Toda la naturaleza y por tanto, también las formas del cuerpo humano son
bellas: Para los castos, todo es casto
(Tit 1, 15). Pero ¿Quién puede decir que es completamente casto? Sin duda
es más seguro no creerse demasiado esto de uno mismo. San Efrén describe una
experiencia que es generalizada: “Si no custodia tus ojos, tu castidad no será
firme y constante. Cuando la tubería del acueducto se rompe, el agua se derrama
alrededor. Cuando das plena libertad a tus ojos, estos se derraman y la castidad se pierde”. Algunas miradas son como las chispas: caen en
la paja y sucede la desgracia.
La mortificación corporal. Las inclinaciones carnales se originan
en el cuerpo. No se da una dependencia científicamente determinada, pero en
general, se sabe que el cuerpo fuerte tiene también fuertes tendencias carnales.
Esta “fuerza” no debe entenderse en el sentido de capacidad física, de estar
dotado para el deporte, sino más bien en el sentido de lo que particularmente
se llama desenfreno.
Las comidas abundantes, las
bebidas alcohólicas, la falta de ejercicio físico y movimiento hacen que se
acumulen en el cuerpo muchas energías que luego buscan un escape. Por eso, los
ascetas recomiendan siempre el ayuno. “Mejor que sufra el estómago que no la
mente” escribe San Jerónimo. La gente de hoy no se sujeta de buena gana a estas
recomendaciones si no es el médico quien las prescribe.
Es una pena que se acepten
estos principios higiénicos del médico solo en las enfermedades y no como
prevención. Al menos practicamos una especie de mortificación corporal que es
moderna y tiene un curioso nombre: el deporte.
Tomás SPIDLÍK.
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