La ley, o los mandamientos, (no
en cuento a lo que prescriben, que es bueno, sino como “lógica de vida” o manera
de situarse frente a Dios) son perversos y conducen a la muerte, pues
contradicen esta verdad de la gratuidad de la salvación y acaban por matar el
amor.
Le ley puede llevarnos al
orgullo: como soy capaz de cumplir sus prescripciones, me creo justo y
desprecio a quienes no hacen como yo. Es el pecado de los fariseos denunciado
con energía por Jesús en el Evangelio, porque nada hay que mate el amor y la misericordia
hacia el prójimo con más facilidad que el orgullo espiritual. Por otro lado, la
lógica de la ley puede llevarme también a la desesperanza: puesto que soy
incapaz de cumplir plenamente sus exigencias, caigo en la desesperación y en la
culpabilidad y me siento condenado de forma irremediable.
Me gustaría añadir que quien
toma el camino del orgullo, quien se vanagloria de sus éxitos espirituales, antes
o después, acaba cayendo en la desesperación: inevitablemente, llegará el día
en que deba enfrentarse a sus limitaciones o en que sufra un sonoro fracaso, o
en que sus logros espirituales – basados en sus propios esfuerzos – vuelen en
pedazos.
Esta lógica de la ley, o
mandamientos, que conduce bien al orgullo, bien a la desesperanza puede adoptar
distintas variantes:
-la rígida piedad de quien lo
hace todo “por obligación” como si tuviera una deuda que pagar a Dios, cuando
Cristo en la cruz redimió cualquier deuda del hombre con Dios, llamándole a devolverle
todo por amor y agradecimiento, y no en virtud de ninguna deuda:
-el temor de quien siempre se
siente culpable y tiene la sensación de no hacer jamás lo suficiente por Dios:
-La mentalidad mercantilista
del que calcula sus méritos, mide sus progresos, se pasa la vida esperando la
recompensa de Dios a sus esfuerzos y se queja en cuanto las cosas no salen como
él querría;
- la actitud superficial de
quien, en cuanto ha hecho algo bien, cree haber “llegado” ya y se desanima o se
rebela al enfrentarse a sus limitaciones:
-o la pequeñez de espíritu del
que lo mide todo con el rasero de estrictas prescripciones en vez de vivir con
el corazón ensanchado por el amor:
-o él que con su legalismo o su
perfeccionismo hace la vida imposible a los demás y se convierte en un ser
inmisericorde
Jacques PHILIPPE
La libertad interior.
Si, usando nuestra libertad decidimos vivir unidos a Jesús, no tenemos que complicarnos la vida inmersos en pensamientos tan ideales que lo que hacen es apartarnos de Aquel que nos ama aunque seamos malos y que, como a hijos pródigos que todos somos, nos espera"asomado a la ventana" para abrazarnos y ofrecernos seguridades.Dios no necesita místicos, teólogos, filósofos; tampoco quiere unos hijos apocados, ¡no!, nos quiere y nos comprende siempre, aunque no atinemos a expresarnos, lo que quiere es que seamos pequeños, que acudamos confiados a Él, como hijos, que nos echemos en sus Brazos para orar o para tomar un descanso a su lado. Jesús es la Torá en persona; la Ley iluminada por Él, no tiene puntos oscuros.Nuestros antepasados no reconocían a su prójimo, nosotros no tenemos esas dificultades, porque en Cristo los amamos como hermanos.
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