La oposición deliberada y
habitual a los deseos de Jesucristo es lo que constituye un serio obstáculo
para la oración.
Jesús está siempre dispuesto a
renovar nuestra unión, sin que importe
la frecuencia con que caigamos o la gravedad de nuestra caída, tan pronto como
nosotros estemos decididos a renunciar a nuestro camino propio. De hecho, hay
un tipo de amor y comprensión que nace del pecado perdonado. Los pecados
pasados, los fallos pasados no tienen por qué interponerse nunca entre nosotros
y Él; con tal que estemos verdaderamente arrepentidos constituyen solamente un
nuevo vínculo.
Y también los temores del
futuro y la falta de una completa buena voluntad, que procede de las debilidad
y timidez humanas, no tienen por qué ser más que un nuevo título para recibir
la ayuda de Aquel que vino a curar a los enfermos y a salvar a los pecadores.
Solamente los que han aprendido a “gloriarse
en sus flaquezas” saben plenamente qué unión íntima de oración y de trabajo
pueden hacerse con Jesucristo sobre la base de la propia debilidad, de los
propios fracasos e, incluso, de los pecados pasados.
Eugène BOYLAN
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