Puesto que Dios no está a
merced de la casualidad, hay que decir que este dato de llamar Jesús a su Hijo
era parte de un plan divino y de un estilo propio de Dios. ¿Cuál? El plan es el
misterio de la Encarnación del Hijo; y el estilo es el gusto divino por el
ocultamiento y la discreción en su realidad de criatura humana.
Para hacerse semejante a los
hombres en todo comenzó por el nombre. Para poder recibir más tarde el Nombre
sobre todo nombre, debía rebajarse también en el nombre: ¡No llamemos la
atención antes de tiempo! decidiría el consejo de familia de la Trinidad Santa,
no lo llamemos Emmanuel: es demasiado llamativo, hasta ahora nadie ha llevado
ese nombre.
Luego los hombres mejoraron el
plan: más ocultamiento. Unieron a Jesús
el apelativo de Nazareno, peyorativo,
aprovechándose de que la aldea de su infancia y juventud no tenía fama ni
prestigio. Así el regalo divino escondido en el nombre de Jesús, de momento
quedaba defendido de indiscreciones por el hecho de que otros también se
llamaban como él.
Pero al mismo tiempo ese nombre
bendito es extraordinario, fuera de serie, por dos razones:
1)
fue decidido, preanunciado e impuesto por Dios. “Cuando
se cumplieron ocho días le pusieron por nombre Jesús, el nombre puesto por el
ángel antes de que él fuese concebido” (Lc 2,21). José despertó del sueño cariacontecido, pero
aceptó lo aprendido aquella noche; a la vez que iba de susto en susto, crecía
de fe en fe. José crecía según pasaba del Antiguo Testamento al Nuevo.
En
apariencia todo fue normal y corriente. Los pastores habían vuelto a lo suyo,
el coro de ángeles había quedado en silencio. Nadie protestó en Belén, ni en
Nazaret. Pero a la vista de la fe, el Zagal de María ya estaba haciendo nuevas
todas las cosas; llenó de gracia a su Madre desde el principio, a José lo
convirtió al cristianismo: y aun dormido, que es lo que deben hacer los niños, cambia
la cuenta de los años en el calendario y, junto con su primo Juan, empezó una
costumbre desconocida en el Antiguo Testamento: recibió el nombre en el día de
la circuncisión, cuando entraba a formar parte del pueblo de la Alianza.
2)
El contenido de ese nombre se realizó plenamente en
este niño; era su misión, su tarea: compuesto de Yahvé y iash’a (salvar), Jesús
significa : Yahvé salva/ Yahvé es el
salvador.
Jesús y
Salvador dicen lo mismo. Nombre de persona y nombre de tarea son
intercambiables. Entonces ¿podemos decir que cuando la Virgen María cantó el
Magnificat dijo: “Mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Jesús”? San
Jerónimo diría que si: El que en latín dijera “salvación” en hebreo diría
“Jesús”.
Manuel
IGLESIAS GONZÁLEZ
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