La parábola de los jornaleros
contratados a primera y ´última hora suscita en nosotros muchos pensamientos. En
primer lugar, la necesidad que tiene toda persona de encontrar su misión en el
mundo. Ciertamente nos damos cuenta de que no estamos en la tierra sólo para
pasar la vida, sino que necesitamos descubrir la tarea que se nos encomienda. Podemos
imaginarnos la alegría de todos aquellos jornaleros al ser contratados a
primera hora. Pudiendo contribuir con su esfuerzo, encontraban también sentido
a su jornada.
Igualmente debió de ser grande la alegría de los llamados a última hora,
pero no podemos dejar de pensar en su angustia hasta ese momento, su
incertidumbre y quizás también la propia pesadez de la propia pereza o de
sentirse inútiles. El drama del paro que afecta a tantos hombres y mujeres de nuestro
tiempo nos ayuda a comprender mejor el bien que significa poder trabajar.
Pero la parábola nos lleva más
lejos. El propietario representa a Dios. Vemos la mirada cargada de amor del
propietario sobre cada uno, y especialmente la compasión mostrada a los
últimos-¿Cómo es que estáis aquí el día
entero sin trabajar? Es como si al Señor le doliera más la inactividad de
aquellas personas que la productividad de su viña. Así, bajo la imagen del
trabajo, aparece la llamada del amor. Somos amados para poder amar y realizar
así verdaderamente nuestra vida. Y este amor es verdaderamente constructivo. Lo
que más aporta cada persona en su ida es el amor que da, y la gran tristeza es
la de no poder llevar a cabo esa posibilidad.
David AMADO FERNÁNDEZ
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