La visita de María a Isabel trae el
cielo a aquella casa. Lleva en su seno el Rey del cielo y su presencia comunica
una alegría que es de Dios y llega hasta lo más profundo de quienes la rodean.
Por eso Juan salta dentro de su madre.
La suya es una vida impulsada por Dios
que enciende en su amor a cuantos la rodean. Sabe que cuanto le sucede viene de
la misericordia de Dios y proclama la grandeza de Dios y su propia pequeñez. Lo
que nos aparta de Dios es no querer morir a nuestro propio yo. Entonces aparece
el pecado, que es una manera de querer realizar nuestra voluntad en lugar de la
suya. Pero, en la medida en que queremos engrandecernos, empequeñecemos a Dios
y, al final, nos encontramos con que nos hemos reducido a nosotros mismos.
María, en cambio se alegra porque Dios ha mirado la humillación de su esclava. Su
grandeza viene de que ha dejado que Dios sea grande en ella. ¡Cuánto tenemos
que aprender!
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