La sed de Cristo es su deseo
intenso de amor hacia nosotros que durará hasta el juicio final. Su sed ardiente
es poseernos a todos en él para su gran felicidad. Dios es la felicidad
perfecta, la bienaventuranza infinita que no puede ser aumentada ni disminuida.
Pero la fe nos enseña que, por su humanidad quiso sufrir la pasión, sufrir todo
tipo de dolores y morir por amor a nosotros y para nuestra felicidad eterna. En
tanto que es nuestra Cabeza, Cristo está consagrado y no puede seguir
sufriendo; pero, puesto que es también el cuerpo que une a todos sus miembros,
no está todavía completamente glorioso e impasible. Por eso siente siempre este
deseo y esta sed que sentía en la cruz y que, me parece, estaban en él desde toda
la eternidad.
Sí, tan cierto
que hay en Dios misericordia y piedad, como que hay en él esa sed y ese deseo.
En virtud de ese deseo, que está en Cristo, nosotros también lo deseamos: sin
esto ningún alma llega al cielo. Este deseo y sed proceden, me parece, de la
infinita bondad de Dios y su misericordia; y esta sed persistirá en él mientras
estemos en la indigencia, atrayéndonos a su bienaventuranza.
Juliana de
NORWICH
Mística
inglesa venerada por católicos, anglicanos y luteranos.
(1342 - 1420)
No hay comentarios:
Publicar un comentario