Madre querida, quisiera ahora deciros qué
es lo que entiendo cuando digo olor de los perfumes del Amado. Puesto que Jesús subió al cielo, no le puedo seguir más que siguiendo
las huellas que él ha dejado, pero, ¡qué luminosas son estas huellas, cuan
perfumadas están! No tengo que hacer otra cosa que poner mis ojos en el santo
evangelio, en seguida respiro los perfumes de la vida de Jesús y sé por dónde
debo correr. No voy al primer lugar, sino que me lanzo al último; en lugar de
adelantarme, como el fariseo, repito, llena de confianza, la humilde plegaria
del publicano. Pero, sobre todo, imito la conducta de María Magdalena; su maravillosa,
o mejor, su amorosa audacia, que hace las delicias del Corazón de Jesús,
seduce al mío.
Sí, siento en mí que, aunque pesaran sobre mi conciencia todos los
pecados que se pueden cometer, con el corazón roto por el arrepentimiento iría
a refugiarme en los brazos de Jesús, porque sé muy bien cuánto ama al hijo
pródigo que regresa a él. No es porque el buen Dios, en su solícita
misericordia, haya preservado a mi alma del pecado mortal, sino que me levanto
hacia él por la confianza y el amor.
SANTA TERESA DEL NÍÑO JESÚS Carmelita descalza; es doctora de la
Iglesia (1873-1897).
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