En el evangelio Jesús nos habla de su glorificación. Nos encontramos en la Última
Cena y Jesús se refiere a su muerte y resurrección. Habla de sí mismo como el Hijo del hombre, porque verdaderamente morirá en la cruz
reconciliándonos con Dios, y con la resurrección, su cuerpo será glorificado y
subirá con él para siempre junto al Padre. La glorificación de Jesucristo
supone el comienzo de algo totalmente nuevo. El libro del Apocalipsis nos habla
de un cielo nuevo y
una tierra nueva y
de la nueva
Jerusalén, que
es la morada de
Dios con los hombres. La
fe en la resurrección de Cristo nos lleva a mirar con esperanza el momento en
que ya no habrá muerte,
ni luto, ni llanto, ni dolor.
Pero
esa novedad no se refiere sólo al futuro, sino que ya impregna nuestra vida.
Así, Jesús deja a sus apóstoles un «mandamiento nuevo». La novedad se
manifiesta en nuestra vida a través del mandamiento del amor. Como decía san
Agustín, todo el mundo puede hacer la señal de la cruz, responder amén, hacerse
bautizar e incluso construir basílicas, pero lo que distingue a los hijos de
Dios es la caridad. Y Bossuet predicaba con fuerza: «Quien renuncia a la
caridad fraterna renuncia a la fe, abjura del cristianismo, se aparta de la
escuela de Jesucristo, es decir, de su Iglesia». Así que hemos de considerar la
novedad de este mandamiento en toda su radicalidad y pedirle al Señor que nos
haga redescubrirlo y nos dé la fuerza para cumplirlo.
David AMADO FERNÁNDEZ
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