La vida contemplativa es la vida del cielo. Gracias al amor de unión
con Dios, el hombre traspasa su ser de criatura para descubrir y saborear la
riqueza y las delicias de la esencia del mismo Dios, que deja que fluyan sin
cesar en lo más escondido del ser humano allí donde la nobleza de éste es
semejante a la de Dios. Cuando el hombre recogido y contemplativo llega a
encontrar su imagen eterna, y cuando, en esta nitidez, gracias al Hijo, encuentra su lugar en el seno del Padre, es iluminado por la
verdad divina.
Porque es preciso saber que el Padre celestial, abismo viviente, a
través de las obras y con todo lo que vive en él, se vuelve hacia su Hijo como
hacia su eterna Sabiduría, y esta misma Sabiduría, con todo lo que vive en ella
y a través de sus obras, se refleja en el Padre, es decir, en este abismo del
cual ella ha salido. De este encuentro brota la tercera Persona, la que es
entre el Padre y el Hijo, es decir, el Espíritu Santo, su común amor, que es
uno con ellos en unidad de naturaleza. Este amor abraza y atraviesa con
fruición al Padre, al Hijo y a todo lo que vive en ellos, y esto con una
profusión y un gozo tal que todas las criaturas quedan absortas en un silencio
eterno. Porque la maravilla inaccesible, escondida en este amor, sobrepasará
eternamente a la comprensión de toda criatura.
Beato Juan VAN RUYSBROECK
No hay comentarios:
Publicar un comentario