¿Cómo obtuvo el centurión la gracia de la curación de su siervo? «Porque yo también vivo bajo disciplina y
tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: ve, y va; al otro: ven, y viene;
y a mi criado: haz esto, y lo hace. Si yo, un hombre sometido al poder de otro, tengo el poder de mandar,
¿qué no podrás tú de quien depende toda potestad?» Y el que esto decía era un
pagano, centurión para más señas. Se comportaba allí como un soldado con grado
de centurión; sometido a autoridad y constituido en autoridad; obediente como
subdito y dando órdenes a sus subordinados.
Si bien el Señor estaba incorporado al pueblo judío, anunciaba ya que
la Iglesia habría de propagarse por todo el orbe de la tierra, a la que más
tarde enviaría a los apóstoles: él, no visto pero creído por los paganos; visto
y muerto por los judíos. Y así como el Señor, sin entrar físicamente en la casa
del centurión -ausente con el cuerpo, presente con su majestad-, sanó su fe y a
su misma familia, así también el Señor en persona sólo estuvo corporalmente en
el pueblo judío; entre las demás gentes ni nació de una virgen, ni padeció, ni
recorrió sus caminos, ni soportó las penalidades humanas, ni obra las
maravillas divinas. Nada de esto en los otros pueblos. Y sin embargo, en Jesús
se cumplió lo que se había dicho: Un pueblo extraño fue mi vasallo. El mundo entero oyó y creyó.
San Agustín
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