Jesús llamó a sus discípulos y escogió a doce
para enviarlos, sembradores de la fe, a
propagar la ayuda y la salvación de los hombres en el mundo entero. Fijaos en
este plan divino: no son ni sabios, ni ricos, ni nobles, sino pecadores y
publícanos los que escogió para enviarlos, de manera que nadie pudiera pensar
que habían sido arrastrados con habilidad, rescatados por sus riquezas,
atraídos a su gracia por el prestigio del poder o la notoriedad. Lo hizo así para que la
victoria fuera fruto de la legitimidad y no del prestigio de la palabra.
Escogió al mismo Judas no por
inadvertencia, sino con conocimiento de causa. ¡Qué grandeza la de esta verdad
que ni siquiera un servidor enemigo puede debilitar! ¡Qué rasgo de carácter el
del Señor que prefiere que a nuestros ojos quede mal su juicio antes que su
amor! Cargó con la debilidad humana hasta el punto de que ni siquiera rechazó
este aspecto de la debilidad humana. Quiso el abandono, quiso la traición,
quiso ser entregado por uno de sus apóstoles para que tú, si un compañero te
abandona, si un compañero te traiciona, tomes con calma este error de juicio.
San Ambrosio
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