Para ser santos necesitamos humildad y oración. Jesús nos enseñó el
modo de orar y también nos dijo que aprendiéramos de él a ser mansos y humildes
de corazón. Pero no llegaremos a ser nada de esto a menos que conozcamos lo
que es el silencio. La humildad y la oración las desarrollan un oído, una mente
y una lengua que han vivido en silencio con Dios, porque en el silencio del
corazón es donde habla él.
Impongámonos realmente el trabajo de aprender la lección de la
santidad de Jesús, cuyo corazón era manso y humilde. La primera lección de ese
corazón es un examen de conciencia; el amor y el servicio lo siguen inmediatamente.
El examen no es un trabajo que hacemos solos, sino en compañía de Jesús. No
debemos perder el tiempo echando inútiles miradas a nuestras miserias, sino
emplearlo en elevar nuestros corazones a Dios para dejar que su luz nos
ilumine.
Si la persona es humilde, nada la perturbará, ni la alabanza ni la
ignominia, porque se conoce, sabe quién es. Si la acusan, no se desalentará; si
alguien la llama santa, no se pondrá sobre un pedestal. Si eres santo, dale
gracias a Dios; si eres pecador, no sigas siéndolo. Cristo nos dice que
aspiremos muy alto, no para ser como Abrahán o David ni ninguno de los santos,
sino para ser como
nuestro Padre celestial. No me elegisteis vosotros a mí,
fui yo quien os eligió a vosotros.
Santa TERESA DE CALCUTA
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