Cristo nos pide dos cosas: condenar nuestros pecados y perdonar los
de los demás; el que se acuerda de sus pecados será menos severo hacia su
compañero de miseria. Y perdonar no solo de palabra, sino desde el fondo del
corazón, para no volver contra nosotros mismos el hierro con el cual queremos
perforar a los otros.
Considera, pues, cuántas ventajas sacas
si sabes soportar humildemente y con dulzura una injuria. Primeramente mereces
-y es lo más importante- el perdón de tus pecados. Además te ejercitas en la
paciencia y en la valentía. En tercer lugar, adquieres la dulzura y la caridad,
porque el que es incapaz de enfadarse contra los que le han disgustado será
mucho más caritativo
aún con los que le aman. En cuarto lugar, arrancas de raíz la cólera de tu corazón, lo cual es un bien sin igual.El que libera su alma de la cólera ciertamente arranca de ella la tristeza: no gastará su vida en penas y vanas inquietudes. Odiando a los demás, nos castigamos a nosotros mismos; amándolos, nos hacemos el bien a nosotros mismos. Por otra parte, todos te venerarán, incluso tus enemigos, aunque sean los demonios. Es más, comportándote así ya no tendrás enemigos.
San
Juan Crisóstomo
Natural de Antioquía, fue monje y obispo
de Constantinopla;
gran predicador y escritor, murió en el
destierro.
Es doctor de la Iglesia (Ca. 349-407).
No hay comentarios:
Publicar un comentario