Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único. Este Hijo único se entregó a sí mismo no porque haya prevalecido la voluntad de
sus enemigos, sino porque
él mismo quiso. Amó
a los suyos, y los
amó hasta el fin. El
fin es la muerte aceptada por los que ama; este es el fin de toda perfección,
el fin del amor perfecto, porque nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Este amor de Cristo ha sido, en su
muerte, más poderoso que el odio de sus enemigos; el odio tan solo pudo hacer
lo que el amor le permitió. Judas, o los enemigos de Cristo, lo entregaron a la
muerte por un malvado odio. El Padre entregó a su Hijo y el Hijo se entregó a
sí mismo por amor. Sin embargo, el amor no es el culpable de la traición; es
inocente incluso cuando Cristo muere por amor. Porque tan solo el amor puede
hacer impunemente lo que le parece bien. Tan solo el amor puede constreñir a
Dios y, por decirlo de alguna manera, mandar sobre él. Es el amor lo que le ha
hecho descender del cielo y ponerlo en la cruz, es el amor el que ha hecho
derramar la sangre de Cristo por la remisión de los pecados en un acto tan
inocente como saludable. Nuestra acción de gracias por la salvación del mundo
se debe, pues, al amor. Y es él mismo el que nos impele, por una lógica que constriñe,
a amar a Cristo tanto como se le haya podido odiar.
San Balduino de Ford Abad
cisterríense (t Ca. 1190).
No hay comentarios:
Publicar un comentario