Las puertas están abiertas para cualquiera que regrese sinceramente a
Dios, con todo su corazón, y el Padre recibe con gozo al hijo que se arrepiente
de verdad. ¿Cuál es el signo del verdadero arrepentimiento? No volver a caer en
las viejas faltas y arrancar del corazón, desde sus raíces, los pecados que
nos han puesto en peligro de muerte. El Señor exclamó: Misericordia quiero y no sacrificios. No
quiero la muerte del pecador sino que se convierta. Aunque vuestros pecados
sean como la grana, como la nieve blanquearán; aunque sean rojos como la
escarlata, como lana blanca quedarán.
Solo
Dios puede perdonar los pecados y no imputar las faltas, y el Señor Jesús nos
exhorta a perdonar cada día a los hermanos que se arrepienten. Si nosotros que
somos malos sabemos dar cosas buenas a los demás, ¿cuánto más lo hará el Padre lleno de ternura? El Padre de toda consolación atiende a
los que se convierten. La conversión verdadera supone dejar de pecar y no
volver a mirar atrás. Lamentemos, pues, amargamente nuestras faltas pasadas y
pidamos al Padre que las olvide. En su misericordia puede deshacer todo lo que
se había hecho y, por el rocío del Espíritu, borrar las fechorías pasadas.
San Clemente de Alejandría
Quizá ateniense, converso, director de la escuela catecumenal de
Alejandría (I50T-2I5?).
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