Yo soy el pan de vida. El que viene a mi no volverá a tener hambre; el
que cree en mi nunca tendrá sed. Por dos veces el apóstol expresa aquí la plenitud, propia de la
eternidad, donde nada nos faltará. Sin embargo, la Sabiduría dice: Los que me comen tendrán más hambre, los
que me beben tendrán más sed. Cristo, la sabiduría de Dios, no es un alimento para saciar nuestro deseo ya en esta vida, sino para
encendernos en este deseo; cuanto más gustamos de su dulzura, tanto más se
enciende nuestro deseo. Por esto, los que le comen tendrán más hambre hasta que
llegue el momento de la hartura. Cuando su deseo sea colmado, ya no tendrán ni
hambre ni sed.
Los que me comen tendrán más hambre. Esta palabra se puede referir también al
mundo futuro, porque hay en la plenitud eterna una especie de hambre que no
procede de la necesidad, sino de la felicidad. La satisfacción en el cielo no
conoce hartura ni el deseo conoce la ansiedad. Cristo, admirable en su belleza,
es siempre deseado, los
mismos ángeles desean contemplarle. Así, pues, al mismo tiempo que le poseeremos lo desearemos; teniéndole
lo buscaremos, según está escrito: Buscad su rostro sin descanso. En efecto, siempre buscamos a Aquel que amamos para estar con él para
siempre.
San Balduino de Ford Abad cisteraense (t Ca. 1190).
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