Nuestra fe no es una conquista, sino
una aceptación. El afán de los héroes trágicos por penetrar en la mansión de
los dioses se ha trocado en la sencilla tarea de abrir la puerta a un Niño que
nos dice quiere habitar en nuestro corazón. Ese es el misterio de la Navidad.
Dios mismo viene a ofrecernos la felicidad que ansiamos, y nos descubre que el
amor que buscábamos está en él y que nos lo ofrece gratuitamente. ¿Cómo no
llenarnos de alegría?
Belén nos enseña el
misterio de la acogida que los pastores descubrieron en María y en José cuando
llegaron al pesebre. Allí confirmaron lo que les había dicho el ángel, porque
nunca habían visto unos rostros tan radiantes de amor y de dicha. Estos días
nosotros queremos revivir la experiencia de la Navidad: abrir nuestros
corazones a Jesús. Son corazones pobres, pero que le ofrecemos con todo nuestro
cariño. Expresó santa Teresa: «Vos, Señor, venís a una posada tan ruin como la
mía. Bendito seáis por siempre jamás»
David AMADO FERNÁNDEZ
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