La intención de Dios no fue solamente
bajar a la tierra, sino ser conocido en ella; no solo nacer, sino darse a
conocer. De hecho, es en vistas a este conocimiento que nosotros celebramos la
Epifanía, este gran día de su manifestación. Hoy, en efecto, los magos vinieron
de Oriente buscando al Sol de Justicia en su aurora, este Sol de quien leemos: Aquí tenéis a un hombre que se llama
Oriente. ¿Qué
hacéis, magos? ¿Adoráis a un niño de pecho, en una vulgar choza, envuelto en
mantillas miserables? ¿Cómo es posible que unos sabios se hayan vuelto locos
hasta el punto de adorar a un niño pequeño, despreciable tanto por su edad como
por la pobreza de los suyos?
Sí, se han vuelto locos para llegar a ser sabios; el Espíritu Santo
les ha enseñado por anticipado lo que más tarde proclamó el apóstol Pablo: Destruiré la sabiduría de los sabios,
frustraré la sagacidad de los sagaces... Quiso Dios valerse de la necedad de la
predicación para salvar a los creyentes. Se prosternaron, pues, ante este pobre niño, rindiéndole homenaje
como a rey, adorándole como a Dios. El que por fuera los guio a través de una
estrella derramó su luz en el secreto de sus corazones.
San
Bernardo
Nace en Dijon, Francia; fue monje
cisterciense y gran autor espiritual. Es doctor de la Iglesia (1090-1153).
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