Es justo que celebremos la muerte de estos inocentes pues es una
muerte santa. Cuando los acontecimientos nos acercan a Cristo, cuando sufrimos
por Cristo, lo hemos de considerar un inmerecido privilegio, sea el sufrimiento
que fuere, aun cuando no seamos conscientes de sufrir por él. Los niños que
Jesús cogió en sus brazos tampoco podían comprender la admirable
condescendencia de la que eran objeto. No obstante,
la bendición del Señor ¿no era un verdadero privilegio? Del mismo
modo, la masacre de los niños de Belén es para ellos un sacramento. Era la
prenda del amor del Hijo de Dios para los que sufrieron por él. Todos los que
se acercan a Jesús sufren por el mismo hecho del contacto, como si emanara de
él una fuerza secreta que purifica y santifica las almas por medio de las penas
de este mundo. Este fue el caso de los Santos Inocentes.
Verdaderamente, la presencia misma de Jesús es un sacramento. Todos
sus actos, todas sus miradas, todas sus palabras comunican la gracia a los que
aceptan este don, ¡cuánto más a los que quieren ser sus discípulos! Desde los
orígenes de la Iglesia, esta clase de martirio fue considerado como una especie
de bautismo, un auténtico bautismo de sangre que tiene la misma eficacia
sacramental que el agua que regenera. Estamos, pues, invitados a considerar
estos niños como mártires y a aprovecharnos del testimonio de su inocencia.
Beato
John Henry Newman
Nace
en Londres; convertido del anglicanismo, fue presbítero, cardenal y fundador de
una comunidad religiosa (1801-1890).
No hay comentarios:
Publicar un comentario