La oración, para que sea fecunda, tiene que brotar del corazón y llegar al corazón de Dios. Mira como Jesús enseñó a sus discípulos a orar. Cada vez que recitamos el
Padrenuestro, Dios dirige su mirada hacia sus manos, ahí donde nos tiene
grabados: En
las palmas de mis manos te tengo tatuado. Dios contempla sus manos y nos ve en
ellas, acurrucados en ellas. ¡Qué maravilla, la ternura de Dios! ¡Oremos,
digamos el Padrenuestro! ¡Vivamos el Padrenuestro y seremos santos! En esta
oración está todo: Dios, yo misma, el prójimo. Si perdono, puedo ser santa.
Todo procede de un corazón humilde. Si tenemos un corazón humilde, sabremos
amar a Dios, amarnos a nosotros mismos y amar al prójimo. No es nada complicado y, no obstante, nosotros
complicamos tanto nuestras vidas, cargándolas de tanto peso... Una sola cosa
cuenta: ser humilde y orar. Cuanto más oréis, mejor lo haréis.
A un niño no le es nada difícil expresar su cándida inteligencia en
términos simples que dicen mucho. ¿No dio Jesús a comprender a Nicodemo que hay
que hacerse como un niño? Si oramos según el evangelio, Cristo crecerá en
nosotros. Ora con amor, como los niños, con ardiente deseo de amar mucho y
hacer amable al que no es amado.
Santa Teresa de Calcuta Fundadora de las Hermanas Misioneras de
la Caridad (1910-1997).
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