La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los Mártires: “La
sangre de los mártires es semilla de cristianos” escribió Tertuliano. Los
acontecimientos históricos no podían de ninguna manera garantizar a la Iglesia
su desarrollo tal como se realizó durante el primer milenio si no hubiera sido
gracias a la semilla de los mártires y el patrimonio de santidad que
caracterizaron las primeras generaciones cristianas. Al final del segundo milenio,
la Iglesia es de nuevo una Iglesia de mártires. El testimonio por Cristo hasta
entregar la vida ha llegado a ser un patrimonio común a los católicos, a los
ortodoxos, a los anglicanos y a los protestantes como ya lo afirmaba Pablo VI.
Es un testimonio que no hay que olvidar.
Esto no deja de tener un acento marcadamente ecuménico. El ecumenismo de
los santos, de los mártires es quizá el que convenza más a la gente. La voz de
la “comunión de los santos” es más fuerte que la de la división. El mayor
homenaje que todas las iglesias pueden rendir a Cristo en el tercer milenio es
mostrar la presencia poderosa del Salvador por los frutos de la fe, de la
esperanza y del amor en los hombres y mujeres de tantas razas y lenguas que
siguieron a Cristo en las diversas formas de la vocación cristiana.
San JUN PABLO II.
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