Solemos ver a Jesús Pastor de manera idílica, sentimental, rodeado de
ovejitas. Cada uno es libre de pensar el pastoreo de Jesús con una imagen
bucólica, estampa de Primera Comunión. No digo que esté mal, digo que no
podemos basar esta imagen en el capítulo 10 de san Juan. Ante todo, porque el
escenario donde Jesús habla no es campestre, ni es un ambiente rural, sino el
recinto del templo, los atrios del templo. Ni rastro de romanticismo, sino todo
lo contrario. Jesús habla de adversarios, está rodeado de enemigos a los que
acaba de echarles en cara su dureza de corazón que les impide aceptar como
significativa la curación del ciego de nacimiento. “Si fuerais ciegos no tendríais pecado; pero como decís “Vemos” vuestro
pecado sigue” les ha dicho (Jn 9,41) y ahora habla de su propia muerte
añadiendo que él da la vida por sus
ovejas(Jn 10,,11 y 17-18); el olor a oveja se ha convertido en olor a
sangre del Pastor. Sí ¡pastorear su rebaño le ha costado caro!
Es el Pastor. El único. Es el amor personificado del Dios Trinitario, que
en su hijo Jesús conoce muy bien a los fatigados y quiere hacerlos descansar “en las verdes praderas de su reino (Sal
23, 2). Jesús, el Pastor manso y humilde de corazón, “es de los que tienen sentimientos humildes, no de los que se ensalzan
sobre su rebaño” escribió el papa Clemente a los corintios revoltosos (1
Clem 16, 1).
Manuel IGLESIAS GONZÁLEZ.
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