En Pascua, en la mañana del primer día de la semana, Dios vuelve a
decir: Que
exista la luz. Antes
había venido la noche del monte de los Olivos, el eclipse solar de la pasión y
muerte de Jesús, la noche del sepulcro. Pero ahora vuelve a ser el primer día,
comienza la creación totalmente nueva. Que exista la luz, dice Dios, y
existió la luz. Jesús
resucita del sepulcro; la vida es más fuerte que la muerte, el bien es más
fuerte que el mal; el amor es más fuerte que el odio, la verdad es más fuerte
que la mentira; la oscuridad de los días pasados se disipa cuando Jesús resurge
de (a tumba y se hace él mismo luz pura de Dios.
Pero esto no se refiere solamente a él, ni se refiere únicamente a la
oscuridad de aquellos días. Con la resurrección de Jesús, la luz misma vuelve
a ser creada. El nos lleva a todos a la vida nueva de la resurrección, y vence
toda forma de oscuridad. Él es el nuevo día de Dios. Pero, ¿cómo podemos
alcanzar esto sin que se quede sólo en palabras, sino que sea una realidad en
la que estamos inmersos? Por el sacramento del bautismo y la profesión de la
fe, el Señor ha construido un puente para nosotros, a través del cual el nuevo
día viene a nosotros. En el bautismo, el Señor dice a aquel que lo recibe: Que exista la luz. El nuevo día, el día de la vida
indestructible, llega también a nosotros. Cristo nos toma de la mano: a partir
de ahora él nos sostendrá y así entraremos en la luz, en la vida verdadera.
JOSEPH
RATZINGER
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