Tenemos que saber compartir la Cruz.
Él sabe bien nuestro
horror a la penitencia; comprende perfectamente nuestro desagrado ante el
sufrimiento; y es más, simpatiza con nosotros en esas dificultades. Es verdad
que Él desea que nosotros le ayudemos a llevar su cruz, pero también desea
ayudarnos a hacerlo. Es tan suave su ayuda, tan seductora su compañía, que
Santa Teresa encuentra que sólo la primera de sus cruces fue realmente dura;
una vez que ella hubo abrazado su cruz, se encontró en estrecha unión con
Jesucristo. No hay en esta vida alegría igual a la de compartir la cruz con
Jesucristo. Requiere coraje, requiere gracia y requiere quizá una llamada
especial; pero la verdad es que esta senda de sufrimiento y penitencia—penitencia,
entiéndase bien, asumida o aceptada de acuerdo con la voluntad divina y no con
la nuestra—es el camino de la más alta alegría, y el más seguro sendero para
las cumbres de la oración.
EUGENE BOYLAN
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