En el camino ecuménico hacia la unidad, la primacía corresponde sin duda
a la oración común. Si los cristianos, a pesar de sus divisiones, saben unirse
cada vez más
en oración común en torno a Cristo, crecerá en ellos la conciencia de que es
menos lo que los divide que lo que los une. La comunión de oración lleva a
mirar con ojos nuevos a la Iglesia y al cristianismo. En efecto, no se debe
olvidar que el Señor pidió al Padre la unidad de sus discípulos, para que ésta
fuera testimonio de su misión y el mundo pudiese creer que el Padre lo había
enviado.
Se puede decir que el movimiento ecuménico haya partido en cierto
sentido de la experiencia negativa de quienes, anunciando el único evangelio,
se referían cada uno a su propia Iglesia o comunidad eclesial, una
contradicción que no podía pasar desapercibida a quien escuchaba el mensaje de
salvación y encontraba en ello un obstáculo a la acogida del anuncio evangélico.
Lamentablemente este grave impedimento no está superado. Es cierto, no estamos
todavía en plena comunión. Sin embargo, a pesar de nuestras divisiones, estamos
recorriendo el camino hacia la unidad plena, aquella unidad que caracterizaba a
la Iglesia apostólica en sus principios, y que nosotros buscamos sinceramente:
prueba de esto es nuestra oración común, animada por la fe. En la oración nos
reunimos en el nombre de Cristo que es uno. Él es nuestra unidad.
San JUAN PABLO II
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