La vuelta de Cristo a su Padre es a la vez fuente de pena, porque
implica su ausencia, y fuente de alegría, porque implica su presencia. Tal es,
en efecto, nuestra condición presente: perdimos a Cristo y lo encontramos; no
lo vemos y, sin embargo, lo percibimos. Estrechamos sus pies, pero
él nos dice: no me retengas. Perdimos la percepción sensible y consciente de
su persona; no podemos mirarlo, oírlo, hablar con él, seguirlo de lugar en
lugar; pero espiritual, inmaterial, interior, mental y realmente gozamos de su
vista y de su posesión: una posesión más efectiva y presente que aquella de la
que los apóstoles gozaban en los días de su carne, justamente porque es
espiritual, justamente porque es invisible.
Sabemos que, en este mundo, cuanto más cerca está un objeto menos
podemos percibirlo y comprenderlo. Cristo está tan cerca de nosotros en la
Iglesia cristiana de modo que no podemos fijar en él la mirada o distinguido.
Entra en nosotros, y toma posesión de la herencia que adquirió. No se nos
presenta, sino que nos toma con él. Nos hace sus miembros. No lo vemos;
conocemos su presencia sólo por la fe, porque está por encima de nosotros y en
nosotros. Así, estamos afligidos, porque no somos conscientes de su presencia, y
nos regocijamos porque sabemos que lo poseemos: Sin haberlo visto, le amáis, y sin contemplarlo todavía, creéis en él,
y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando asila meta de
vuestra fe: la salvación de vuestras almas.
Beato John Henry Newman
Perdimos a Cristo y encontramos al Padre
ResponderEliminar