En este Año jubilar vamos a fijarnos especialmente en el vínculo entre la Eucaristía y la
misericordia. Con razón se la ha llamado el Sacramento del amor. En el
Catecismo leemos: «La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres:
para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregado por
nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos» (n. 1397).
El
evangelio de hoy muestra bien esta relación. Los apóstoles se sienten
desbordados por la multitud que acompaña a Jesús. Se dan cuenta de que hay una
necesidad de alojamiento y de comida y no saben cómo satisfacerla. Por eso
piden a Jesús que despida a la gente. También nosotros experimentamos la
imposibilidad de responder con lo que tenemos a las urgencias que se nos
presentan, sean materiales o espirituales. Nuestro horizonte está limitado por
la manera que tenemos de entregarnos, y entonces decimos: para qué sirve lo
poco que yo puedo hacer..., y caemos en la tentación de eludir el problema o de
trasladarlo a otro {que
vayan a las aldeas y cortijos de alrededor).
¿Qué encontramos en la Eucaristía? En
ella está Jesús verdaderamente presente. Pero no de cualquier manera, sino
entregándose. San Pablo recuerda las palabras de la institución: Mi cuerpo, que se entrega por vosotros. La razón de su presencia es su amor hacia
nosotros. Como dice el P. Mendizábal:
«La Eucaristía es el sacramento del deseo de Cristo de darse. Es el encuentro
con el amor inagotable, misericordioso, por encima de nuestras miserias».
Jesús, que se compadece de aquella multitud, como se compadece de
nuestra generación y de todos los hombres, quiere arrastrar a sus apóstoles
tras el deseo de su corazón. Por eso les dice: Dadles vosotros de comer. Y los apóstoles han de reconocer su pobreza: No tenemos más que.. .; ésta es la misma precariedad que
experimentamos nosotros. Entonces Jesús les ordena hacer lo más contrario a
sus previsiones: que la gente se siente, que no se vayan, porque tienen hambre
y están cansados. Viendo con los alumnos las películas de Felipe Neri, de Juan
Bosco o de José Moscati, encontrábamos algo en común en los tres: no tenían un
no para nadie, siempre encontraban algo que dar.
¿Qué
realiza la Eucaristía? Con audacia dijo san Cirilo que, mediante la Eucaristía,
nos hacemos «concorpóreos y consanguíneos con Cristo». Él viene a nosotros y
une su amor al nuestro para que seamos transformados. Es decir, por la
misericordia de Dios, nosotros aprendemos también a darnos. La presencia de
Jesús en la Eucaristía es muy consoladora. Él es nuestro compañero. Siempre
está ahí para que podamos superar la dificultad que tenemos para entregarnos,
para que, a través de esa presencia maravillosa, sigamos experimentando la
salvación que nos obtuvo muriendo por nosotros en la cruz.
El milagro que
hoy leemos anuncia la Eucaristía, pero asimismo toda esa vida maravillosa que
se va a desarrollar en nosotros y a nuestro alrededor si sabemos recibirla. Los
doce cestos repletos que quedaron después de que se saciaran simbolizan cómo
nuestro amor crece en la medida en que nos damos a los demás. ¡Gracias, Señor,
por la Eucaristía! ¡Gracias por tu amor que nos rescata y nos abre a la belleza
de entregarnos a los demás!
David AMADO FERNÁNDEZ
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