Toda criatura existe para dar testimonio de Dios, puesto que toda criatura es como una prueba de su bondad. La grandeza de la creación da testimonio, a su manera, de la fuerza y el poder omnipotente de Dios, y su belleza da testimonio de la divina sabiduría. Ciertos hombres reciben de Dios una misión especial: dan testimonio de Dios no tan solo desde el punto de vista natural, por el hecho de existir, sino más bien de manera espiritual, a través de sus buenas obras. Sin embargo, los que no se contentan con solo recibir los dones divinos y actuar de manera conforme a la gracia de Dios, sino que comunican sus dones a otros a través de la palabra, dándoles ánimos y exhortándolos, estos son, de manera aún más especial, testigos de Dios. Juan es uno de estos testigos; vino a difundir los dones de Dios y anunciar sus alabanzas.
Esta
misión de Juan, su papel de testigo, es de una grandeza incomparable porque
nadie puede dar testimonio de una realidad más que en la medida en que
participa de ella. Jesús dijo: Hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto. Ser testigo de la verdad divina supone
conocer esta verdad. Por eso, Cristo tuvo también este papel de testigo: Para esto he nacido y para esto he venido
al mundo: para ser testigo de la verdad. Pero Cristo y Juan tenían papeles diferentes. Cristo poseía esta luz
en sí mismo; más aún, él era esta luz; mientras que Juan tan solo participaba
de ella. Cristo dio un testimonio completo porque manifestó perfectamente la
verdad. Juan y los demás santos no lo hacen sino en la medida en que reciben
esta verdad.
Misión sublime la de Juan: implica su participación en la luz de Dios
y su semejanza con Cristo que también llevó a cabo esta misión.
Santo Tomás de Aquino
Dominico italiano, se le considera guía
principal del pensamiento católico en filosofía y teología. Es doctor de la
Iglesia (1225-1274).
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