La plenitud a la que Jesús lleva a la fe tiene otro aspecto decisivo.
Para la fe. Cristo no es solo aquel en quien creemos, la manifestación máxima
del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La
fe no solo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con
sus ojos: es una participación en su modo de ver. En muchos ámbitos de la vida
confiamos en otras personas que conocen las cosas mejor que nosotros. Tenemos
confianza en el arquitecto que nos construye la casa, en el farmacéutico que
nos da la medicina para curarnos, en el abogado que nos defiende en el
tribunal. Tenemos necesidad también de alguien que sea fiable y experto en las
cosas de Dios. Jesús, su Hijo, se presenta como aquel que nos explica a Dios.
La vida de Cristo -su modo de conocer al Padre, de vivir totalmente en relación
con él- abre un espacio nuevo a la experiencia humana, en el que podemos
entrar.
La importancia de la relación personal con Jesús mediante la fe queda
reflejada en los diversos usos que hace san Juan del verbo credere. Junto a «creer que» es verdad lo que
Jesús nos dice, san Juan usa también las locuciones «creer a» Jesús y «creer
en» Jesús. «Creemos a» Jesús cuando aceptamos su Palabra, su testimonio, porque
él es veraz. «Creemos en» Jesús cuando lo acogemos personalmente en nuestra
vida y nos confiamos a él, uniéndonos a él mediante el amor y siguiéndolo a lo
largo del camino.
La fe cristiana es fe en la encarnación
del Verbo y en su resurrección en la carne; es fe en un Dios que se ha hecho
tan cercano, que ha entrado en nuestra historia.
Francisco
Jesuíta argentino, actual sucesor de san
Pedro al frente de la Iglesia Católica (J936-).
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