Hemos de pensar que hemos renunciado al mundo y que vivimos aquí
durante la vida como huéspedes y viajeros. Nosotros tenemos por patria el
paraíso, por padres a los patriarcas. ¿Por qué, pues, no nos apresuramos y
volvemos a nuestra patria para poder saludar a nuestros padres? Nos esperan
allí muchas de nuestras personas queridas, nos echan de menos una multitud de
padres, hermanos, hijos, seguros de su salvación, pero preocupados todavía por
la nuestra. ¡Qué alegría tan grande para ellos y nosotros llegar a su presencia
y abrazarlos, qué placer disfrutar allá del reino del cielo sin temor de morir,
y qué dicha tan soberana y perpetua con una vida sin fin!
Allí el coro glorioso de los apóstoles, allí el grupo de los profetas
gozosos, allí la multitud de innumerables mártires que están coronados por los
méritos de su lucha y sufrimientos, allí las vírgenes que triunfaron de la
concupiscencia de la carne con el vigor de la castidad, allí los galardonados
por su misericordia, que hicieron obras buenas, socorriendo a los pobres con
limosnas, que, por cumplir los preceptos del Señor, transfirieron su patrimonio
terreno a los tesoros del cielo. Corramos, hermanos amadísimos, con insaciable
anhelo tras estos para estar enseguida con ellos; deseemos llegar pronto a Cristo.
Vea Dios estos pensamientos, y que Cristo contemple estos ardientes deseos de
nuestro espíritu y fe.
San Cipriano
Natural de Cartago y convertido del
paganismo, llegó a ser obispo de su ciudad; escribió en tiempos de persecución
de la Iglesia y sufrió el martirio (210-258).
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