Reinar en el cielo es estar íntimamente unido a Dios y a todos los
santos con una sola voluntad, y ejercer todos ¡untos un solo y único poder. Ama
a Dios más que a ti mismo y ya empiezas a poseer lo que tendrás perfectamente
en el cielo. Ponte de acuerdo con Dios y con los hombres -con tal de que estos
no se aparten de Dios- y empiezas ya a reinar con Dios y con todos los santos.
Pues en la medida en que estés ahora de acuerdo con la voluntad de Dios y de
los hombres, Dios y todos los santos se conformarán con la tuya. Por tanto, si
quieres ser rey en el cielo, ama a Dios y a los hombres como debes, y merecerás
ser lo que deseas.
Pero no podrás poseer perfectamente este
amor si no vacías tu corazón de cualquier otro amor. Por eso, los que tienen su
corazón llenos de amor de Dios y del prójimo no quieren más que lo que quieren
Dios o los hombres, con tal que no se oponga a la voluntad de Dios. Por eso
son fieles a la oración, hablan del cielo y se acuerdan de él, porque es dulce
para ellos desear a Dios, hablar y oír hablar de él y pensar en quien aman. Por
eso también se alegran con el que está alegre, lloran con el que sufre, se
compadecen de los desgraciados y dan limosna a los pobres, porque aman a los
demás hombres como a sí mismos. De esta manera toda la Ley y los Profetas penden de
estos dos preceptos de la caridad.
San
Anselmo de Canterbury
Nace en Aosta, Piamonte; monje en
Normandía y gran teólogo;
pasó a Inglaterra como obispo de
Canterbury.
Es doctor de la Iglesia
(1033-1109)
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