Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre.
El Señor nos lo advierte cuando dice: Quien no está conmigo está contra mí, quien no recoge conmigo
desparrama. El
que rompe la paz y la concordia de Cristo actúa contra Cristo. El que recoge
fuera de la Iglesia desparrama la Iglesia de Cristo. El Señor dice: El Padre y yo somos uno. Está escrito, a propósito del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo: Los tres están de acuerdo. ¿Quién, leyendo esto, creerá que la unidad que tiene su origen en esta
armonía divina pueda romperse a pedazos en la Iglesia por conflictos de la
voluntad? El que no observa esta unidad no observa la ley de Dios ni la fe en
el Padre ni en el Hijo; no obtendrá ni la vida ni la salvación.
Este sacramento de la unidad, este lazo
de concordia en una cohesión indisoluble, se nos muestra en el evangelio a
través de la imagen de la túnica del Señor. No puede ser dividida ni rota, sino
que la echarán en suertes para saber a quién le toca revestirse de Cristo. Es
el símbolo de la unidad que viene de arriba.
San
Cipriano
Natural de Cartago y convertido del
paganismo, llegó a ser obispo de su ciudad; escribió en tiempos de persecución
de la Iglesia y sufrió el martirio (210-258).
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