Un día en que Francisco se paseaba a caballo por la llanura cerca de
Asís, en su camino encontró a un leproso. Ante este encuentro inesperado, le
vino un sentimiento de intenso horror, mas, acordándose de la resolución que
había hecho de vida perfecta y de que, antes que nada, debía vencerse a sí
mismo si quería llegar a ser «soldado de Cristo», saltó del caballo para
abrazar al desgraciado. Este, que alargaba su mano para recibir una limosna,
recibió, ¡unto con el dinero, un beso. Después Francisco volvió a subirse al
caballo. Pero sintió ganas de mirar a su alrededor, y ya no vio al leproso.
Lleno de gozo y admiración, se puso a cantar alabanzas al Señor y, después de
este acto de generosidad, hizo el propósito de no
prolongar por más tiempo su estancia en aquel lugar.
Se abandonó entonces al espíritu de pobreza, al gusto por la humildad
y a seguir los impulsos de vivir una piedad profunda. Siendo así que antes la
sola vista de un leproso le sacudía interiormente de horror, desde aquel
momento se puso a prestarles todos los servicios posibles con una
despreocupación total de sí mismo, siempre humilde y muy humano; y todo ello
lo hacía por Cristo crucificado, al cual, según el profeta, le estimamos leproso. A menudo los visitaba y les daba
limosnas; después, movido por la compasión, besaba afectuosamente sus manos y
su rostro.
San Buenaventura
Teólogo, cardenal y general de la Orden
franciscana. Conocido como el «Doctor Seráfico", escribió la vida de san
Francisco de Asís. Es doctor de la Iglesia (1221-1274).
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