Después de su resurrección, Jesucristo, en sus apariciones, sorprendía
a sus discípulos, se presentaba a ellos bajo figuras que le disfrazaban, y tan
pronto como se daba a conocer desaparecía. Este mismo Jesús que está siempre
vivo y operante sorprende a las almas que no tienen una fe suficientemente pura
ni profunda. No hay ningún momento en el que Dios no se presente bajo alguna
pena, alguna obligación o algún deber. Todo lo que se realiza en nosotros,
alrededor de nosotros y a través de nosotros encierra y esconde su acción
divina que, aunque invisible, hace que siempre nos veamos sorprendidos y que no
conozcamos su operación más que cuando ya no subsiste.
Si rompiéramos el velo y si estuviéramos
vigilantes y atentos, Dios se nos revelaría sin cesar y gozaríamos de su acción
en todo lo que nos acontece. Frente a cada acontecimiento, diríamos: ¡Es el Señor! Y en todas las circunstancias veríamos
que recibimos un don de Dios, que las criaturas no son más que débiles
instrumentos, que nada nos faltaría, y que el constante cuidado de Dios hacia
nosotros le lleva a damos lo que nos conviene.
Jean-Pierre de CAUSSADE
Predicador y misionero jesuita. Escritor
de materia mística (1675-1751).
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