El gran
recurso del cristiano que desea crecer en el amor a Dios es la oración. Hay
innumerables maneras de orar y muchos tipos de oración. Todos son buenos; cada
persona debe seguir el suyo.
Pero, en la
medida en que adelanta, la oración tiende a unificarse; pues, es el mismo
Espíritu Santo el que actúa en todos y con todos. La meditación se prolonga en
contemplación, la plegaria oral en oración mental y de afectos, la presencia
intermitente de Dios en unión continua con Él. En definitiva, toda forma de
orar va configurándose como un inagotable diálogo, divino y humano, del hombre
con su Creador. Decía S. Agustín: “La oración es el encuentro de la sed de Dios
y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él”.
“Orar” no es
“rezar” pues no se trata de una acción circunstancial, sino de una vida de
oración. Es decir una oración que mira la vida, y una vida orientada por la
oración y desde la oración.
Hay que
persuadirse de la necesidad de adelantar siempre; de sacar cada día más fruto a
los tiempos dedicados a orar. Es muy bueno el temor, santo, a quedarse
“parados”.
Manuel ORDEIG
CORSINI.
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