¿Es posible “mandar” el amor, ponerlo como obligación? Benedicto XVI se hace
esta pregunta en su encíclica Dios es
Amor, porque es una pregunta – y respuesta- clave para entender
adecuadamente todo el esfuerzo cristiano para la santidad. Un error en esto
lleva a equiparar la lucha por la santidad con el esfuerzo humano de autosuperación,
con la pugna por la perfección… pero esto no sería santidad, sino voluntarismo.
El amor brota del corazón.
Amor a Dios y amor al prójimo son un único mandamiento. Pero ambos vienen
de que Dios nos ha amado primero (1Jn
4,10). Así pues no se trata ya de un mandamiento externo que nos impone lo
imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro. El amor crece a
través del amor. El amor es “divino” porque proviene de Dios y a Dios nos une.
En definitiva: nuestro amor a Dios no es más que una respuesta al amor que
recibimos de Él. No se trata de actos heroicos o sobre humanos, se trata de
corresponder al Amor recibido de Dios, en la medida de nuestras fuerzas. Un
Amor inmenso de Dios Padre nos creó; con un Amor mayor todavía envió a su Hijo
al mundo para salvarnos del pecado y para que podamos amarle como Él desea.
También por Amor, Dios-Hijo dio su vida por nosotros en la Cruz. Luego Padre e Hijo
enviaron al Espíritu Santo para hacernos capaces de conocerlos y amarlos.
No se trata de nuestra iniciativa. El amor que nos pide el Señor no es una
“obligación” onerosa. Ni tampoco es una “decisión” nuestra, una actitud humana
noble o excelente. Tal decisión no nos llevaría más allá de unos primeros
pasitos en el camino de la santidad. Tomar la vida espiritual como un “deber”,
como algo que hay que cumplir, solo conduce al cansancio. Y , con dolor, hay
que decir que hay muchas almas buenas así: cansadas de amar a Dios porque saben
muy poco del verdadero Amor.
Manuel ORDEIG CORSINI.
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