Todo el Evangelio da testimonio de la caridad del corazón de Cristo, pero
hay momentos en que el Señor nos lo muestra de una manera más inmediata. Jesús nos
habla de muchas maneras: con su ejemplo, en parábolas, dialogando con terceros
o, como vemos hoy, refiriéndose directamente a su persona.
Es una escena que entusiasma, porque Jesús exclama, y nos lo imaginamos
lleno de alegría, dando gracias. Agradece, desde su humanidad, con su corazón
de carne, la misericordia de Dios, que se derrama sobre los humildes sobre la
gente sencilla. El amor de Dios es de predilección, absolutamente gratuito. No se
puede ganar, solo se puede recibir. En esta alabanza Dios se complace en lo que
hace, como en su amor que es puro amor. Dios se goza amando porque es amor.
No podemos comprender a Jesús sino en relación con su Padre. Todo en la
vida de Jesús hace referencia a su Padre. Él es el Hijo y ha venido al mundo
para cumplir la voluntad de quien lo ha enviado. Esto es muy importante para comprender lo que
Jesús enseña a continuación. Hablando a su Padre, nos pone en relación con su
misterio íntimo: nos dice quién es Él, y nos abre las honduras de su corazón. Jesús
no me oculta quien es, sino que me lo dice para que yo también, ante Él, pueda
reconocer quien soy; así me daré cuenta de que ante Jesús no soy más que un
mendigo que necesita misericordia. Ante su corazón lleno de amor infinito,
reconozco la pequeñez del mío, mis oscuridades y limitaciones, mis intenciones
torticeras y mi enfermedad.
David AMADO FERNÁNDEZ.
Ante Él todos somos pequeños, y reconocerlo nos hace humildes de corazón. solo así se puede comprender el pasaje
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