La palabra de Dios tiene el poder de desestabilizarnos, en
tanto que nos obliga a reconocer que no podemos sostenemos por nosotros
mismos. De este modo, las exigencias del Señor siempre van más allá de lo que
podríamos con nuestras solas fuerzas. Jesús dice: Sed perfectos, como vuestro padre
celestial es perfecto. Pero antes de pensar que hemos de llegar hasta Dios, hemos de ver que
él ha venido hasta nosotros. Si nos pide una santidad como la suya es porque él
ha asumido una humanidad como la nuestra. Nos llama a la perfección, pero
haciéndonos hijos. Esa es la maravilla que hace que no podamos ver los
mandamientos del Señor con temor, sino con inmensa confianza y alegría.
Esa fue la experiencia de santa Teresa de
Lisieux y el descubrimiento del caminito de la infancia espiritual. Jesús nos
pide que amemos a los enemigos cuando nos cuesta incluso amar a los que nos son
cercanos, igual que santa Teresita se sentía incapaz de amar a todas sus
compañeras de convento como Jesús las ama. ¿Dónde está la respuesta? En que
somos hijos de Dios en Cristo. Por eso escribía santa Teresa: «Sí, lo sé,
cuando soy caritativa, es únicamente Jesús quien actúa en mí. Cuanto más unida
estoy a él, más amo a todas mis hermanas».
DAVID AMADO FERNÁNDEZ
No hay comentarios:
Publicar un comentario