Que vengan los sabios preguntando dónde está Dios. Dios está donde el
sabio con la ciencia soberbia no puede llegar... Dios está en el corazón
desprendido... en el silencio de la oración, en el sacrificio voluntario al
dolor, en el vacío del mundo y sus criaturas...
Dios está en la cruz, y mientras no amemos la cruz, no le veremos, no
le sentiremos...
Callen los hombres, que no hacen más que meter ruido.
¡Ah!, Señor, qué feliz soy en mi
retiro... Cuánto te amo en mi soledad... Cuánto quisiera ofrecerte lo que no
tengo, pues ya te he dado todo... Pídeme, Señor... mas ¿qué he de darte?
¿Mi cuerpo?, ya lo tienes; es tuyo. ¿Mi alma?... Señor, ¿en quién
suspira sino en ti, para que de una vez la acabes de tomar? ¿Mi corazón? Está
a los pies de María, llorando de amor... sin ya nada querer, más que a ti.
¿Mi voluntad? ¿Acaso, Señor, deseo lo que
tú no deseas? Dímelo... dime, Señor, cuál es tu voluntad, y pondré la mía a tu
lado... Amo todo lo que tú me envíes y me mandes, tanto salud como enfermedad,
tanto estar aquí como allí, tanto ser una cosa como otra.
¿Mi vida? Tómala, Señor
Dios mío, cuando tú quieras.
¡Cómo no ser feliz así!
Si el mundo y los hombres supieran. Pero no sabrán; están muy ocupados
en sus intereses; tienen el corazón muy lleno de cosas que no son Dios.
San Rafael Arnáiz Barón
Joven monje trapense, uno de los grandes
místicos del siglo XX. Sus numerosos escritos se han difundido ampliamente.
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