martes, 14 de marzo de 2017

LAS MISIONES.


Como el Hijo fue enviado por el Padre, así también él envió a los apóstoles diciendo: Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo.


Este solemne mandato de Cristo de anunciar la ver­dad salvadora, la Iglesia lo recibió de los apóstoles con orden de realizarlo hasta los confines de la tierra. Por eso hace suyas las palabras del apóstol: ¡Ay de mí si no evangelizare!, y sigue incesantemente enviando evangelizadores, mientras no estén plenamente establecidas las Iglesias recién fundadas y ellas, a su vez, continúen la obra evangelizadora.

El Espíritu Santo la impulsa a cooperar para que se cumpla el designio de Dios, quien constituyó a Cristo principio de salvación para todo el mundo. Predicando el evangelio, la Iglesia atrae a los oyentes a la fe y a la confesión de la fe, los prepara al bautismo, los libra de la servidumbre del error y los incorpora a Cristo para que por la caridad crezcan en él hasta la plenitud. Con su trabajo consigue que todo lo bueno que se encuen­tra sembrado en el corazón y en la mente de los hom­bres y en los ritos y culturas de estos pueblos, no solo no desaparezca, sino que se purifique, se eleve y per­feccione para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre.

La responsabilidad de diseminar la fe incumbe a todo discípulo de Cristo en su parte.


Concilio Vaticano II
Concilio ecuménico XXI de la Iglesia católica (1963-1965).


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