Bienaventurado el siervo que devuelve
todos los bienes al Señor Dios, porque quien retiene algo para sí, esconde en
sí el dinero de su Señor Dios, y lo que creía tener se le quitará.
Bienaventurado el siervo que no se tiene
por mejor cuando es engrandecido y exaltado por los hombres, que cuando es
tenido por vil, simple y despreciado, porque cuanto es el hombre delante de
Dios, tanto es y no más.
Bienaventurado aquel religioso que no encuentra
placer y alegría sino en las santísimas palabras y obras del Señor, y con
ellas conduce a los hombres al amor de Dios con gozo y alegría.
Bienaventurado el siervo que, cuando
habla, no manifiesta todas sus cosas con miras a la recompensa, y no es ligero
para hablar, sino que prevé sabiamente lo que debe hablar y responder. ¡Ay de
aquel religioso que no guarda en su corazón los bienes que el Señor le muestra
y no los muestra a los otros con obras, sino que, con miras a la recompensa,
ansia más bien mostrarlos a
los hombres con palabras! Él recibe su recompensa, y los oyentes sacan poco
fruto.
Bienaventurado el siervo que atesora en el cielo los bienes que el
Señor le muestra, y no ansia manifestarlos a los hombres con la mira puesta en
la recompensa, porque el Altísimo en persona manifestará sus obras a todos
aquellos a quienes le plazca. Bienaventurado el siervo que guarda en su corazón
los secretos del Señor.
San Francisco de Asís Fundador de los Hermanos
Menores (1182-1226
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