El bienaventurado Pablo que nos reúne hoy ha iluminado al mundo
entero. Cuando fue llamado se quedó ciego. Pero esta ceguera hizo de él una
antorcha para el mundo. Veía para hacer el mal. En su sabiduría, Dios le volvió
ciego para iluminarle para el bien. No solamente le manifestó su poder sino que
le reveló las entrañas de la fe que iba a predicar. Había que alejar de él
todos los prejuicios, cerrar los ojos y perder las luces falsas de la razón
para percibir la buena doctrina, hacerse loco para llegar a ser sabio como él mismo dirá más tarde. No hay que
pensar que esta vocación le ha sido impuesta. Pablo era libre para escoger.
Impetuoso, vehemente, Pablo tenía
necesidad de un freno enérgico para no dejarse llevar por la fuga y despreciar
la llamada de Dios. Dios, pues, de antemano reprimió este ímpetu, cubriéndolo
con la ceguera, apaciguando su cólera. Luego, le habló. Le dio a conocer su
sabiduría inefable para que reconociera a aquel que perseguía y comprendiera
que no podría resistir a su gracia. No es la privación de la luz lo que le hizo
quedar ciego sino el exceso de ella.
Dios escogió este momento. Pablo es el
primero de reconocerlo: Pero cuando aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a
bien revelar en mí a su Hijo. ¡Aprendamos, pues, de boca de Pablo que ni él ni nadie después de él
ha encontrado a Cristo por su propio espíritu! Es Cristo que se revela y se da
a conocer, como lo dice el mismo Salvador: No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.
San Juan Crisóstomo Natural de Antioquía, fue monje y obispo
de Constantinopla;
gran
predicador y escritor, murió en el destierro.
Es
doctor de la Iglesia (Ca. 349-407).
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